Hace mucho tiempo, en Brasil, vivía una hermosa muchacha llamada Iasá. Era tan bella que el mismo dios Tupá estaba enamorado de ella pero, por desgracia, también el demonio la amaba y sufría una terrible envidia al ver la tierna relación entre Iasá y Tupá.
Desesperado por los celos, el demonio se presentó ante la madre de Iasá y le prometió riqueza y comida en abundancia el resto de su vida si le entregaba la mano de su hija. La mujer era muy ambiciosa, así que aceptó el trato.
Cuando Iasá se enteró de su compromiso se puso a llorar y le pidió al demonio que al menos le dejará ver a su amado Tupá sólo una vez más antes de perderlo para siempre. El demonio no quiso negárselo, pero le puso como condición que se hiciera una herida en el brazo para que siguiendo el rastro de sangre pudiera ir tras ella al cielo.
Al caminar, Iasá iba dejando un arco de sangre roja. Entonces Tupá quiso engañar al demonio y ordenó al sol que dejara un arco amarillo junto al rojo. Después el cielo dejó un arco azul. Y el mar, un arco de color azul más oscuro, añil. Debilitada por la herida, Iasá cayó en la tierra que, mezclada con su sangre, formó un arco naranja. Ese naranja salpicó al arco azul creando un nuevo aro violeta. Por último, la hierba creó un arco verde. Ese fue el primer arco iris.
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